No suele ser habitual que una fiesta mueva a mucha reflexión: al menos, no una fiesta exitosa. Las que fracasan sí, invitan a darle vueltas a las razones del fiasco. Pero ese no fue el caso de la que celebró Audi en Madrid para presentar el nuevo Q2, un fantástico evento animado por Lío Ibiza, y con una cuidada selección de invitados variopintos e interesantes. Me divertí como pocas veces.
Sin embargo, lo que me llamó la atención fue la palabra escogida para definir tanto el coche como la fiesta, #untaggable. Esta, y su traducción de andar por casa, “inetiquetable”, son términos que se han puesto de moda, como en su momento sinergia o empoderamiento. Por cierto, la traducción correcta al español sería inclasificable.
La referencia a las etiquetas obedece, desde luego, al hábito de facilitar la búsqueda a partir de términos comunes en redes sociales. Y la campaña de publicidad, ideada por DDB Barcelona, continuaba con una reflexión: lo realmente interesante en esta vida, sea una persona o una vivencia, no puede definirse únicamente con una palabra.
Y es cierto: pero el objetivo de las etiquetas no es, precisamente, definir, sino organizar, clasificar, categorizar, etiquetar. La etiqueta mental cumple con una función precisa: descartar lo que no es, y, a un nivel muy primitivo, que comencemos a estructurar el pensamiento. Como base, la etiqueta resulta necesaria. Como fin, nos limita.
De manera intuitiva, todos empleamos las etiquetas, y todos las aborrecemos si se nos aplican. Percibimos que se nos quedan pequeñas, que no abarcan las contradicciones y facetas que un adulto ha desarrollado, muchas veces con esfuerzo. Cuanto más neurótica sea la personalidad, mayor necesidad tiene de etiquetar a quienes le rodean. Y, aunque nombrar lo que sentimos y elaborar las emociones a través del lenguaje resulta de enorme utilidad, esa manera de experimentar el mundo con la palabra debe de mostrar flexibilidad y cierta creatividad.
Quien se define únicamente con una palabra (su ciudad o región de origen, su profesión, su equipo de fútbol, su color de pelo, o incluso algo tan noble como madre) no pierde de vista, desde luego, que no es únicamente eso. Pero quizás no sea consciente de que, por la simplificación que provocan las etiquetas, los demás los limitarán a ese término. Conviene recordar que las etiquetas no conservan el mismo contenido emocional para todo el mundo: incluso términos tan positivos en teoría como #creatividad o #libre pueden ser considerados aberraciones para algunos. Ni una palabra, ni una imagen, ni una primera impresión deberían quedarse únicamente en la superficie, sino servir como invitación para un paseo más reposado.
De no ser así, más vale rechazar cualquier etiqueta.
Y así acudí yo a la fiesta sin etiquetas: mi vestido plisado azul marino es de Adolfo Domínguez: tan ligero y cómodo que resulta perfecto para viajes, porque soporta cualquier maltrato. Las sandalias amarillas provienen de Paco Gil. Llevo mis aretes de diamantes, y un collar de oro blanco de Vasari. El responsable del labial y de la laca de uñas es L`Oreal, en concreto el 442 Coral Showroom.